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Xbox (Microsoft) pierde la guerra de las consolas

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Durante años, la narrativa alrededor de Xbox ha oscilado entre el declive y la reinvención. En 2025, sin embargo, la evidencia ya no admite demasiados matices: en la carrera tradicional de las consolas, Xbox no solo va por detrás, sino que ha quedado descolgada. Frente al empuje sostenido de Nintendo y Sony, la división de videojuegos de Microsoft ha sufrido un año de recortes, subidas de precios y cierres de estudios que han alimentado una sensación de fin de ciclo. Pero reducir lo que ocurre a una derrota sería quedarse en la superficie. Lo que parece un fracaso en hardware es, en realidad, la antesala de una mutación mucho más profunda.

Los números son elocuentes. Mientras la Switch 2 y la PlayStation 5 continúan vendiéndose por millones, las Xbox Series S y X apenas alcanzan una fracción de esas cifras. En un sector que atraviesa su peor noviembre en dos décadas, Xbox ha recibido el golpe más duro, con desplomes de ventas que superan con creces los de sus rivales. Microsoft, consciente del contraste, dejó hace años de publicar cifras detalladas de unidades vendidas. No es una casualidad, sino una admisión tácita de que la métrica ya no es prioritaria para la compañía.

El fin del fetichismo del hardware

En el ecosistema de consolas, Sony y Nintendo siguen siendo, ante todo, fabricantes de máquinas. Sus modelos de negocio giran alrededor de dispositivos cerrados, optimizados y profundamente ligados a catálogos exclusivos. Microsoft, en cambio, ha decidido abandonar esa ortodoxia. Como ha repetido en distintas ocasiones Phil Spencer, el objetivo de la empresa no es “ganar” a sus competidores en consolas, sino ampliar el mercado total de jugadores.

Esa filosofía conecta directamente con la visión del actual consejero delegado, Satya Nadella, quien concibe el videojuego como otro servicio más que debe estar disponible en cualquier pantalla. Para Microsoft, la consola deja de ser el centro del universo y pasa a ser un nodo más dentro de una red que incluye PC, móviles, televisores inteligentes y la nube. El propio Nadella ha sugerido que la distinción entre consola y ordenador personal es cada vez más artificial, una idea que apunta a un futuro en el que el hardware de Xbox se parecerá más a un PC optimizado que a una caja cerrada al estilo tradicional.

Esta lógica explica por qué Microsoft observa con interés —y cierta admiración— el movimiento de Valve con su nueva Steam Machine. El híbrido entre consola y PC, basado en SteamOS, ha sido recibido por muchos como el dispositivo que Xbox “debería” haber construido. En lugar de verlo como una amenaza, Spencer lo celebró como una señal de que la industria se dirige hacia sistemas abiertos y bibliotecas compartidas.

Game Pass y la nube como columna vertebral

Si hay un producto que sintetiza el nuevo ADN de Xbox, ese es Game Pass. El servicio de suscripción se ha convertido en el verdadero motor del negocio, con decenas de millones de usuarios y miles de millones de dólares en ingresos anuales. Para Microsoft, no se trata solo de vender juegos, sino de fidelizar tiempo, atención y datos, algo que encaja a la perfección con su ADN de empresa de software y servicios en la nube.

El crecimiento del juego en streaming refuerza esta apuesta. Cada hora jugada en la nube reduce la dependencia de consolas físicas y amplía el alcance a mercados donde el hardware tradicional resulta prohibitivo. La expansión a países como India, con cientos de millones de jugadores potenciales, ilustra la ambición global de la estrategia. No obstante, la nube también plantea límites estructurales: cada sesión requiere recursos de servidor dedicados, lo que hace que el modelo sea costoso y difícil de escalar sin sacrificar márgenes.

Aun así, Microsoft parece dispuesto a asumir ese reto, incluso explorando modalidades con publicidad para atraer nuevos usuarios. No es tanto una búsqueda de rentabilidad inmediata como una inversión a largo plazo en ecosistema, similar a lo que la compañía hizo en su día con Azure frente a Amazon Web Services.

El giro cultural: adiós a las exclusivas

Quizá el cambio más simbólico de esta nueva era sea la renuncia progresiva a las exclusivas. Durante décadas, las guerras de consolas se libraron en torno a franquicias emblemáticas. Hoy, Xbox sostiene que esa lógica es obsoleta. La llegada de títulos históricos como Halo a la PlayStation 5 marca un antes y un después: por primera vez, una de las sagas más asociadas a la marca cruza sin complejos las fronteras del hardware rival.

Este viraje tiene un trasfondo económico. Tras gastar más de 80.000 millones de dólares en adquisiciones —incluida la compra de Activision Blizzard— Microsoft necesita amortizar su catálogo a la mayor escala posible. Limitar los juegos a una base de consolas en declive sería un lujo difícil de justificar ante los accionistas. Al abrirlos a otras plataformas, la empresa maximiza ingresos y refuerza su posición como proveedor de contenidos global.

Recortes, precios y presión financiera

El reverso de esta transformación ha sido doloroso. Los despidos masivos, el cierre de estudios históricos y la cancelación de proyectos largamente esperados han dañado la moral interna y la percepción pública de la marca. A ello se suma una presión creciente para elevar márgenes en un negocio que tradicionalmente ha sido menos rentable que otras divisiones de Microsoft. Las subidas de precios en consolas y servicios reflejan ese esfuerzo por cuadrar las cuentas en un entorno cada vez más competitivo.

Paradójicamente, estas decisiones refuerzan la idea de que el futuro de Xbox no se jugará en la venta de dispositivos, sino en la capacidad de Microsoft para integrar el videojuego en su imperio de servicios digitales. La consola, lejos de desaparecer, podría transformarse en una puerta de entrada flexible, abierta y profundamente conectada con el resto del ecosistema.

¿Derrota o metamorfosis?

Desde hace más de una década, la industria ha anunciado repetidamente la muerte de Xbox. Sin embargo, lo que se perfila ahora no es tanto un final como una mutación. En la carrera clásica de las consolas, la marca ha perdido por goleada. Pero al redefinir el terreno de juego —del hardware al servicio, de la exclusividad a la ubicuidad— Microsoft apuesta a que el verdadero premio no es vender más cajas, sino controlar la infraestructura invisible sobre la que se jugará en el futuro.

Si esa visión se materializa, la derrota actual podría interpretarse, con el tiempo, como el precio necesario de una transición histórica. Y entonces, Xbox no habrá muerto: simplemente habrá dejado de ser lo que siempre fue.

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