Europa

El renacer silencioso de la banca europea: las acciones alcanzan niveles de 2008

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La banca europea, durante años relegada a la periferia del entusiasmo inversor, está viviendo una inesperada resurrección. En un movimiento que ha sorprendido incluso a los más escépticos, las acciones de los grandes bancos del continente han alcanzado sus niveles más altos desde la crisis financiera global de 2008. El detonante ha sido una combinación de factores: el ascenso de los tipos de interés a largo plazo, un entorno económico más benigno de lo previsto y mejoras estructurales en la eficiencia operativa de las entidades.

HSBC, el gigante británico, vio sus acciones en la Bolsa de Londres escalar hasta un máximo histórico antes de presentar resultados esta semana, mientras que Barclays y Santander igualaron registros que no se veían desde hace más de una década. UniCredit, en Italia, alcanzó cotas no vistas desde 2011. Todo ello en un año en el que el índice bancario del Stoxx 600 europeo ha subido un 34 %, superando incluso a sus homólogos estadounidenses y perfilándose como su mejor desempeño desde 2009.

Este giro radical en la percepción del sector es aún más notable si se considera que, hasta hace poco, los bancos europeos eran percibidos como un lastre estructural para los mercados, atrapados en un ciclo de bajos rendimientos, escándalos regulatorios y una incapacidad crónica para competir con la agilidad de Wall Street. Como señala Justin Bisseker, analista de bancos europeos en Schroders, “los bancos han pasado de ser los apestados del mercado a convertirse en sus nuevos favoritos”.

Los motores del rally: tipos de interés, solidez financiera y valoración atractiva

El nuevo viento de cola que impulsa a la banca europea tiene nombre y apellido: los tipos de interés. Durante más de una década, el sector operó bajo el peso de tasas nulas o negativas, lo que limitaba su capacidad para generar ingresos por el tradicional margen de intermediación. Sin embargo, el giro de los bancos centrales tras la pandemia y su decidida lucha contra la inflación han elevado sustancialmente los tipos de interés a largo plazo, ampliando el diferencial entre lo que los bancos pagan por los depósitos y lo que ganan con los préstamos y activos financieros. En Alemania, por ejemplo, los rendimientos de los bonos a 30 años superan ya en 1,3 puntos porcentuales a los de dos años. En el Reino Unido, la brecha es aún mayor.

A esto se suma una renovada confianza en la economía europea. Las perspectivas de crecimiento, aunque moderadas, han mejorado, y con ellas la calidad de las carteras crediticias. Los bancos, que antes cotizaban con descuentos notables respecto a su valor contable, empiezan a recuperar terreno. Muchos de ellos, de hecho, apenas ahora han vuelto a valoraciones equiparables a su valor en libros, mientras que en Estados Unidos, gigantes como JPMorgan cotizan a 2,4 veces ese mismo valor, según datos de FactSet.

Para inversores como Luca Paolini, estratega jefe de Pictet Asset Management, esta combinación de bajos precios y una posición privilegiada para beneficiarse de la demanda interna convierte a los bancos europeos en una apuesta singularmente atractiva. Además, la disciplina capitalizadora impuesta tras la crisis de 2008 ha dado sus frutos. Las entidades están mejor capitalizadas, con estructuras más eficientes y, en muchos casos, con negocios diversificados como la gestión patrimonial, que ofrecen protección ante eventuales caídas en los márgenes de interés.

¿Un rally sostenible o un espejismo temporal?

Pese al optimismo imperante, algunos analistas piden cautela. La recuperación de la banca europea, aunque firme, aún está sujeta a varios interrogantes. El primero de ellos es la sostenibilidad del entorno de tipos de interés actuales. Si el ciclo monetario empieza a girar nuevamente a la baja, muchos de los motores actuales de rentabilidad podrían debilitarse. Además, los intentos de consolidación del sector —como la frustrada opa de BBVA sobre Sabadell o el interés de UniCredit por BPM— han encontrado resistencia política y social, lo que limita el potencial de sinergias a nivel europeo.

Francesco Sandrini, responsable global de estrategias multi-activo en Amundi, lo resume con una metáfora reveladora: “los bancos son la camisa más limpia en una cesta sucia”. En otras palabras, el sector destaca más por comparación que por méritos propios absolutos. Y aunque las valoraciones siguen siendo atractivas —con un múltiplo de 10 veces ganancias futuras frente a más de 13 veces en EE. UU., según Bloomberg—, existe la sensación de que lo mejor del rally podría ya estar en el retrovisor.

Aun así, hay razones para mantener el optimismo. La rentabilidad sobre el capital tangible, uno de los indicadores clave de la salud financiera bancaria, supera cómodamente el 10 % en muchas entidades. Y, como apunta Bisseker de Schroders, la brecha de valoración con otras regiones del mundo sigue siendo amplia, lo que abre espacio para una convergencia adicional si se mantienen las condiciones macroeconómicas favorables.

En definitiva, la banca europea, tantas veces descartada, ha encontrado un nuevo lugar en el tablero financiero global. Si sabrá conservarlo dependerá tanto de su capacidad para adaptarse a futuros cambios de ciclo como de la disposición de sus gestores para consolidar y modernizar un sector que, por fin, parece haber dejado atrás su largo invierno.

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