La petrolera británica BP, una de las grandes históricas del sector energético, se encuentra hoy bajo los focos por razones que van más allá del precio del crudo o los debates sobre la transición energética. Las especulaciones en torno a una posible adquisición —especialmente por parte de su rival Shell— han hecho correr ríos de tinta en los mercados, hasta que recientemente Shell negó tajantemente estar en conversaciones para comprarla. Sin embargo, la sola existencia de estos rumores ya es sintomática: BP, una firma con más de un siglo de historia, parece vulnerable. ¿Cómo se ha llegado a este punto?
La apuesta por reinventarse: un camino con obstáculos
Todo comenzó en 2020, cuando Bernard Looney asumió la dirección ejecutiva de BP. Su llegada marcó un punto de inflexión: la empresa anunció una ambiciosa estrategia para transformarse en una compañía con emisiones netas cero para el año 2050 o antes. Este giro estratégico se enfocaba en reducir la dependencia de los combustibles fósiles e invertir con fuerza en energías renovables. Era una declaración de intenciones que, en plena pandemia de COVID-19, parecía tan arriesgada como visionaria.
Los primeros meses fueron duros. La demanda global de energía cayó, el precio del petróleo se desplomó y BP reportó su primera pérdida anual en una década. Aun así, la compañía mantuvo el rumbo. En 2021 volvió a la senda del beneficio, y en 2022 logró un impresionante resultado de más de 27 mil millones de dólares, impulsado por el aumento del precio del crudo tras la invasión rusa de Ucrania. Looney aprovechó la ocasión para reafirmar su compromiso con la transición energética, anunciando una inversión adicional de 8 mil millones tanto en proyectos verdes como en hidrocarburos, buscando un equilibrio entre sostenibilidad y rentabilidad.
Un liderazgo truncado y señales de debilidad
Sin embargo, el impulso transformador recibió un duro golpe en septiembre de 2023. Bernard Looney dimitió de manera abrupta tras revelarse que no había sido completamente transparente respecto a relaciones personales previas en el entorno laboral. El vacío que dejó fue difícil de llenar. Murray Auchincloss, hasta entonces director financiero, asumió el mando de forma interina y fue confirmado en el cargo en enero de 2024.
A pesar de su nombramiento, Auchincloss no ha logrado recuperar el entusiasmo de los inversores. En un intento por reconectar con el mercado, introdujo un “reseteo estratégico” que implicaba volver a priorizar la inversión en petróleo y gas, y disminuir el énfasis en las renovables. Este cambio, interpretado como una marcha atrás frente a la apuesta original de Looney, generó escepticismo. Las acciones de BP han caído un 15% desde entonces, y los resultados financieros de 2023 y 2024 han mostrado un retroceso en los beneficios, intensificando las dudas sobre la viabilidad del plan actual.
La entrada del fondo activista Elliott en el accionariado, justo antes del anuncio de esta nueva estrategia, aumentó la presión sobre la dirección. Mientras tanto, grandes actores del sector como Chevron, Exxon Mobil e incluso la emiratí Adnoc han sido mencionados como posibles interesados en parte de los activos o, incluso, en una eventual compra total.
Frenos, dudas y el futuro incierto
En este contexto de incertidumbre y debilidad relativa, los rumores de adquisición crecieron. Que Shell —empresa con la que BP comparte nacionalidad, mercado y larga competencia— apareciera como principal candidata a una fusión, encendió todas las alarmas. Pero Shell fue clara: no está en conversaciones ni contempla una operación de ese tipo. Su CEO, Wael Sawan, insistió en que solo considerarían adquisiciones con “un umbral extremadamente alto” y que, por el momento, prefieren continuar recomprando sus propias acciones.
Desde BP, Auchincloss intentó desdramatizar la situación, asegurando que la firma sigue siendo “fuerte e independiente”. Pero el mero hecho de que se vea en la necesidad de hacer tal afirmación revela que la percepción externa ya no es la de un gigante intocable.
Analistas como Allen Good, de Morningstar, dudan de que una operación de compra tenga sentido en estos momentos, a menos que el precio sea excepcionalmente bajo. La complejidad de integrar una compañía como BP, junto con sus retos estratégicos actuales, haría de cualquier intento de adquisición una maniobra arriesgada.
Conclusión: entre la reinvención y la resistencia
BP está atrapada entre dos mundos. Por un lado, su historia y su tamaño la convierten en un actor clave del sector energético global. Por otro, su estrategia ambigua, los cambios en su liderazgo y su bajo rendimiento bursátil han abierto grietas que despiertan el apetito de competidores e inversores activistas.
La empresa aún tiene la capacidad de trazar su destino, pero el tiempo apremia. Si quiere evitar convertirse en una ficha más en el tablero de las grandes fusiones petroleras, BP tendrá que demostrar con hechos que puede ser rentable sin renunciar a su promesa de transformación. Porque en un mundo que transita hacia nuevas formas de energía, ni siquiera los gigantes pueden dormirse.