El índice Nikkei 225 alcanzó un nuevo máximo histórico en Tokio, impulsado por el buen desempeño de los sectores inmobiliario y tecnológico, en una jornada en la que el resto de Asia mostró un comportamiento dispar tras el recorte de tipos de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos. El hito confirma el vigor del mercado japonés, pero también expone las tensiones y contrastes que atraviesan las economías de la región en un momento de alta sensibilidad monetaria y comercial.
La bolsa de Tokio amaneció con entusiasmo. El Nikkei 225 avanzó un 1,13% hasta alcanzar niveles nunca vistos, sostenido por compañías de peso como Resonac Holdings, que subió más de un 10%, la fabricante de semiconductores Screen Holdings, que ganó un 4,3%, y la cervecera Kirin, con un alza similar. También se sumaron al rally empresas de chips como Advantest y Tokyo Electron, beneficiadas por los rumores de nuevas restricciones de China sobre los procesadores de Nvidia, lo que impulsó las expectativas de sustitución en el mercado asiático.
La fortaleza japonesa contrasta con la cautela de otras plazas regionales. Mientras el Kospi surcoreano avanzó casi un 1%, la bolsa australiana cedió un 0,5% arrastrada por la abrupta caída de Santos, tras la retirada de la oferta de compra de 18.700 millones de dólares por parte de ADNOC. En Hong Kong y China continental, los índices Hang Seng y CSI 300 retrocedieron ligeramente, reflejando la incertidumbre que aún rodea a la economía china.
La Fed recorta tipos y el Banco de Japón mide sus próximos pasos
El telón de fondo para este vaivén es la decisión de la Reserva Federal estadounidense de bajar sus tipos de referencia, en lo que su presidente Jerome Powell describió como un “recorte de gestión de riesgos” más que como un estímulo frente a debilidad económica. El mensaje, sin embargo, dejó un sabor agridulce en los mercados: la Fed anticipa otros dos recortes este año, uno más en 2026 y otro en 2027, antes de una pausa prolongada hasta 2028. La hoja de ruta dibuja un horizonte incierto, donde el fantasma de la estanflación —inflación persistente y debilitamiento del mercado laboral— preocupa a gestores y analistas.
En Japón, todas las miradas están puestas en el Banco de Japón, que inició una reunión de dos días en la que se espera mantenga sin cambios su política monetaria ultraacomodaticia. HSBC, no obstante, prevé una subida de 25 puntos básicos en octubre, que llevaría la tasa al 0,75%, respaldada por un crecimiento del PIB superior a lo esperado en el segundo trimestre y el alivio comercial logrado con el reciente acuerdo con Estados Unidos. La pregunta clave es cuánto margen tiene Japón para normalizar gradualmente su política sin asfixiar a un mercado que ha encontrado en los tipos bajos su principal motor.
La reacción en Estados Unidos refleja bien la ambivalencia del momento. El Dow Jones cerró con una subida del 0,6% tras marcar un récord intradía, pero el S&P 500 y el Nasdaq terminaron en rojo. “La Fed se encuentra en una posición incómoda: espera más inflación junto con un mercado laboral debilitado. Ese no es un entorno favorable para los activos financieros”, advertía Jack McIntyre, gestor de Brandywine Global.
En este escenario, Japón parece haber tomado la delantera regional, aunque no está libre de riesgos. Su rally bursátil combina factores internos, como la revalorización inmobiliaria y la pujanza de los semiconductores, con elementos externos frágiles: la política monetaria estadounidense, la guerra tecnológica entre Washington y Pekín y la vulnerabilidad del comercio mundial. La combinación puede sostener el optimismo por ahora, pero también amplifica la volatilidad futura.
El récord del Nikkei simboliza el renovado atractivo de Japón en los mercados globales, tras décadas de estancamiento. Sin embargo, la historia de fondo es menos lineal: los bancos centrales están calibrando decisiones en un contexto en el que la inflación no da tregua y el comercio internacional se fractura por tensiones geopolíticas. La sostenibilidad de este nuevo ciclo japonés dependerá de cómo logre equilibrar la resiliencia doméstica con un mundo externo plagado de incertidumbres.
En definitiva, lo ocurrido en Tokio no es solo un logro local, sino también un termómetro de la encrucijada que enfrenta Asia: entre el impulso de la innovación y la sombra de una economía global en transición.