El mapa político argentino volvió a sacudir con fuerza a la economía. La contundente derrota del oficialismo en la provincia de Buenos Aires, bastión clave que representa casi el 40% del electorado, desató un vendaval financiero que se sintió tanto en los mercados locales como en Wall Street. El peso argentino se hundió hasta alcanzar un nuevo mínimo histórico y las acciones de las principales compañías del país sufrieron desplomes de dos dígitos. La reacción inmediata dejó en claro que los inversores interpretan el retroceso del presidente Javier Milei no solo como un golpe político, sino como un riesgo directo sobre la continuidad de su programa económico.
Una derrota con impacto inmediato
Lo que en principio debía ser una elección provincial de medio término se transformó, por la estrategia del propio Milei, en un plebiscito sobre su gestión. El mandatario había prometido que sería “el clavo final en el ataúd del kirchnerismo”, pero el resultado fue el inverso: una diferencia de más de 13 puntos a favor del peronismo revitalizó a una oposición que parecía desarticulada. El veredicto de las urnas se trasladó de inmediato a los tableros financieros.
El peso argentino amaneció en caída libre, perforando los 1.450 por dólar y obligando al Banco Central a decidir entre dejarlo deslizar o intervenir con un nivel de reservas cada vez más ajustado. En paralelo, los bonos soberanos en dólares retrocedieron en toda la curva, con caídas de hasta seis centavos en los papeles con vencimiento en 2035, lo que elevó su rendimiento por encima del 12%. El riesgo país se disparó hasta los 1.100 puntos básicos, reflejo del creciente temor a una nueva ola de impagos.
Las acciones de bancos y energéticas, que habían sido las favoritas de los inversores extranjeros durante los primeros meses del año, lideraron las pérdidas en Nueva York: Banco Macro se desplomó un 20,7% y Banco Francés casi un 20%. En Buenos Aires, el índice Merval llegó a retroceder más de un 13% en la apertura.
Un programa en entredicho
Frente al vendaval, Milei reconoció públicamente la derrota y prometió una autocrítica en el plano político. Pero fue categórico en lo económico: no habrá cambios de rumbo. “No se retrocede ni un milímetro; al contrario, aceleraremos”, dijo en su discurso. Su ministro de Economía, Luis Caputo, reforzó el mensaje en redes sociales: las metas fiscales, monetarias y cambiarias se mantienen intactas.
Sin embargo, los hechos recientes alimentan las dudas. Apenas la semana anterior, el Gobierno había intervenido en el mercado de cambios, abandonando en la práctica el esquema de flotación pactado con el Fondo Monetario Internacional. Esa decisión encendió señales de alarma sobre el nivel real de reservas disponibles y sobre la capacidad de sostener la disciplina monetaria en un contexto de creciente tensión social y política.
Para bancos de inversión como Morgan Stanley y JPMorgan, la derrota en Buenos Aires incrementa los riesgos de gobernabilidad y de financiamiento externo. La recomendación de compra de títulos argentinos, emitida apenas días antes por Morgan Stanley, fue retirada tras el resultado. Los analistas ahora anticipan un escenario más volátil, con el peso aún vulnerable y los spreads soberanos bajo presión.
Lo que está en juego en octubre
El terremoto financiero ocurre a apenas siete semanas de las elecciones legislativas nacionales, programadas para el 26 de octubre. Allí se definirá la capacidad real de Milei para impulsar reformas estructurales, en un Congreso donde su fuerza, La Libertad Avanza, carece de mayoría. Tras haber perdido el respaldo de aliados clave como el Pro de Mauricio Macri y sectores del radicalismo, el presidente llega debilitado a la cita más decisiva de su primer mandato.
El mercado interpreta que, sin un resultado favorable en octubre, las reformas económicas corren el riesgo de quedar paralizadas. Al mismo tiempo, la oposición peronista se ve revitalizada, lo que podría traducirse en un contrapeso aún más fuerte en el Parlamento. En este escenario, los inversores ajustan sus carteras con un sesgo defensivo, anticipando turbulencias adicionales en el frente cambiario y una mayor probabilidad de reestructuraciones futuras.
Una crisis de confianza
Más allá de los números, lo que se ha puesto de manifiesto es una crisis de confianza. El programa económico de Milei se sostenía en la expectativa de un respaldo político suficiente para atravesar las reformas más duras. La contundente derrota en Buenos Aires erosiona esa narrativa y abre la puerta a un ciclo de dudas crecientes: sobre la capacidad de pago de la deuda, la estabilidad del peso y la viabilidad política de un ajuste prolongado.
En ese sentido, el mensaje del Gobierno —que nada cambiará— puede resultar insuficiente para calmar a los mercados. El recuerdo de crisis anteriores pesa sobre cada decisión de los inversores internacionales, que han aprendido a reaccionar de manera preventiva frente a los giros políticos en Argentina. El resultado es un círculo vicioso: la incertidumbre política acelera la salida de capitales, la presión sobre el tipo de cambio obliga a gastar reservas y esa sangría refuerza el temor de default.
Lo que ocurra en las próximas semanas será decisivo. Si Milei logra recomponer su frente político y ofrecer señales claras de gobernabilidad, podría estabilizar las expectativas antes de octubre. Pero si el desconcierto se prolonga, el país corre el riesgo de entrar en una nueva espiral de crisis que pondría en jaque tanto la agenda económica como la propia estabilidad de su gobierno.