Mientras Londres, París y Fráncfort lidian con una sequía prolongada en nuevas cotizaciones, Estocolmo se ha consolidado como el epicentro europeo de las ofertas públicas iniciales (OPI). Lo que para buena parte del continente es un mercado adormecido, en Suecia se traduce en un dinamismo que ha permitido a las compañías recaudar casi 2.000 millones de dólares en lo que va de 2025, más de ocho veces el volumen registrado en la capital británica.
El fenómeno no es casual ni coyuntural: responde a décadas de políticas públicas, una cultura profundamente arraigada de inversión en bolsa y un ecosistema de capital local que respalda tanto a grandes corporaciones como a empresas medianas y emergentes. Ahora, con gigantes como Verisure o el banco nórdico NOBA preparando su debut en el parqué, la pregunta que se hacen inversores y reguladores en Europa es inevitable: ¿qué puede aprender el resto del continente del caso sueco?
Una cultura de inversión forjada a lo largo de décadas
El llamado “equity culture” sueco no se improvisa. Aproximadamente el 70% de la riqueza de los hogares está invertida en acciones, frente a una media del 59% en la Unión Europea. Siete de cada diez ciudadanos poseen fondos de inversión de manera directa, y apenas el 10% de sus activos financieros permanece en depósitos o efectivo, el nivel más bajo del continente. No es extraño, como apuntan banqueros locales, que incluso un taxista en Estocolmo hable con soltura de su última inversión bursátil.
Este arraigo se explica por una larga secuencia de hitos regulatorios. En 1958 nacieron los primeros fondos de inversión, y en los años setenta se introdujeron incentivos fiscales al ahorro en fondos. Para 1990, en un país de poco más de 8,5 millones de habitantes, ya existían 1,7 millones de cuentas de ahorro en fondos. La tendencia se reforzó en 2012 con la creación de las Investment Savings Accounts, que facilitaron aún más la exposición directa de los particulares a la renta variable.
El contraste con otras plazas europeas es notable. En Reino Unido, muchas gestoras de pensiones han reducido drásticamente su exposición a la bolsa, empujadas por normativas prudenciales. Algunas, como el fondo de ITV valorado en 2.360 millones de dólares, directamente no poseen acciones. Suecia, en cambio, ha apostado por lo contrario: un sistema que fomenta la participación ciudadana y un marco legal que favorece la liquidez y el acceso a los mercados.
Un ecosistema maduro que asegura el futuro
La vitalidad del mercado sueco no se limita al apetito minorista. También se apoya en un engranaje sofisticado que incluye bancos de inversión, fondos de capital privado y un marco institucional que reduce la incertidumbre en cada operación. Uno de los mecanismos más utilizados es la figura del “cornerstone investor”: grandes instituciones que se comprometen con una porción significativa de la emisión antes de la colocación pública, aportando credibilidad y confianza.
Además, el Nasdaq de Estocolmo facilita la posibilidad de dobles listados en otras plazas nórdicas como Copenhague, Helsinki o Riga, lo que diversifica la base inversora. El flujo constante de compañías respaldadas por firmas de capital riesgo añade otro motor: estas gestoras han entendido que para atraer a los mercados públicos deben dejar margen de revalorización a los nuevos accionistas, en lugar de exprimir cada centavo antes de la OPI.
El caso de EQT, uno de los gigantes del private equity europeo, es paradigmático. Su estrategia consiste en mantener a las participadas “IPO-ready” en todo momento, asegurando flexibilidad a la hora de escoger la vía de salida. La cotización de Galderma, que se ha revalorizado más del 125% desde su debut en 2024, ilustra cómo una colocación exitosa puede ser tanto un vehículo de financiación como un mecanismo de creación de valor.
Más allá del boom: sostenibilidad y cautela
Conviene matizar que el actual auge de OPI en Suecia se explica también por la parálisis relativa del resto de Europa. Los cerca de 2.000 millones de dólares recaudados en 2025 palidecen frente a los más de 11.500 millones alcanzados en 2021, durante el frenesí global de salidas a bolsa. El mercado aún depende del desempeño de las nuevas incorporaciones, y los inversores, escarmentados por las caídas posteriores al pico de hace cuatro años, actúan con una prudencia mayor.
Aun así, las perspectivas son optimistas. Los bancos de inversión anticipan que 2026 será un año decisivo, con la llegada de varias grandes compañías al mercado y un posible efecto contagio en otros países nórdicos. Lo que distingue a Suecia, en definitiva, es la solidez de un sistema en el que cultura, regulación y capital doméstico actúan de forma conjunta.
Europa observa con atención, aunque replicar este modelo en países con tradiciones de ahorro diferentes y marcos regulatorios más rígidos no será tarea sencilla. Para muchos, la clave no es copiar la receta sueca, sino entender que el dinamismo bursátil es fruto de un pacto social de largo plazo, donde Estado, instituciones y ciudadanos han apostado juntos por el riesgo productivo frente a la comodidad del ahorro pasivo.