España se ha consolidado como el gran motor inesperado de la eurozona. Mientras las economías de Alemania, Francia e Italia avanzan a duras penas o incluso se estancan, el PIB español superó las previsiones en el segundo trimestre de 2025, con un crecimiento del 0,7%, por encima del 0,6% que anticipaban los analistas y una décima más que en el trimestre anterior. A escala anual, el país mediterráneo lidera el grupo de las grandes economías europeas con una proyección de crecimiento del 2,5%, frente al exiguo 0,6% de Francia, el 0% de Alemania y el 0,7% de Italia.
Este dinamismo ha llevado al ministro de Economía, Carlos Cuerpo, a afirmar que por segundo año consecutivo España será “la economía avanzada número uno en términos de crecimiento del PIB”. En palabras del propio Cuerpo, el país no solo es un “outlier”, un caso atípico en el contexto europeo, sino que además se ha convertido en un lugar atractivo para la inversión extranjera.
Las razones de este buen desempeño se encuentran en una combinación de factores que van más allá del rebote turístico pospandemia: el auge del consumo interno, la llegada de inversión extranjera, la inmigración que alimenta el mercado laboral, el uso intensivo de los fondos europeos Next Generation y un sector energético renovable que ha abaratado costes y reforzado la competitividad.
Turismo, inmigración y fondos europeos: los motores visibles del crecimiento
El turismo sigue siendo una de las palancas centrales de la economía española, aportando alrededor del 12% del PIB. Tras el parón de la pandemia, el país ha vuelto a convertirse en destino de masas, con precios relativamente más competitivos que otros destinos de Europa occidental. El sector emplea ya a cerca de tres millones de personas, casi un 10% más que el año anterior, aunque el auge también ha generado tensiones sociales. En ciudades como Barcelona, las protestas contra la masificación turística se han vuelto recurrentes, con acciones simbólicas contra visitantes en pleno verano.
Pero la verdadera sorpresa reside en que España no depende exclusivamente del turismo. El país ha conseguido diversificar su balanza de servicios: hoy exporta más en actividades de alto valor añadido como la informática, la consultoría o los servicios financieros que en turismo. En 2024, las exportaciones de servicios no turísticos alcanzaron los 100.000 millones de euros, superando los 94.950 millones que aportó el turismo. Para los economistas, este es un signo inequívoco de la modernización de la economía española.
La inmigración también juega un papel esencial en este ciclo expansivo. Desde 2021, el 90% del crecimiento de la fuerza laboral proviene de la llegada de migrantes, principalmente de América Latina y Marruecos. España planea acoger cerca de un millón de nuevos inmigrantes en los próximos tres años, a contracorriente de la tendencia restrictiva en otras capitales europeas. Esta fuerza laboral adicional está permitiendo que el sector servicios se expanda, que los costes laborales se mantengan relativamente contenidos y que los precios de ciertos servicios no se disparen en un contexto inflacionario.
A este escenario se suma la inyección de los fondos europeos de recuperación. España es el segundo país más beneficiado de los Next Generation EU, con 163.000 millones de euros en subvenciones y préstamos. Según datos oficiales, el 70% de las subvenciones ya se han ejecutado, aunque algunos economistas advierten de que el impacto multiplicador ha sido limitado, dado que muchos de los proyectos financiados ya estaban en la agenda gubernamental. Aun así, el Ejecutivo apuesta por destinar una parte relevante de estos recursos a sectores emergentes como las energías renovables y las exportaciones de servicios.
Energía verde y competitividad: la ventaja estructural de España
Otro de los pilares del éxito económico español se encuentra en el terreno energético. Gracias a una apuesta temprana por las renovables en los años 2000, España ha logrado reducir su dependencia de los combustibles fósiles y mitigar el impacto de la crisis energética que golpeó a Europa tras la invasión rusa de Ucrania.
En los últimos cinco años, la cuota de renovables en la generación eléctrica ha provocado una caída del 40% en los precios mayoristas de la electricidad. Este abaratamiento ha reforzado la competitividad de las empresas y se ha convertido en un atractivo decisivo para la inversión extranjera. Compañías como la china Arctech, especializada en tecnología fotovoltaica, eligieron Madrid como sede europea en 2024. Su apuesta ilustra la percepción de España como epicentro europeo de la transición solar, con un ecosistema que va desde ingenieros hasta fondos de inversión canalizando capital hacia grandes proyectos.
El país también se ha posicionado como puerta de entrada logística para estas tecnologías: el puerto de Valencia ya opera como nodo de distribución de equipos solares hacia el resto del continente. Este efecto de red consolida a España no solo como consumidor, sino también como exportador e integrador de soluciones energéticas de nueva generación.
Los desafíos que acechan
Sin embargo, el éxito actual no está exento de riesgos. España arrastra algunos de los desequilibrios estructurales más severos de Europa: el desempleo juvenil más alto de la UE, una deuda pública que supera el 110% del PIB, un déficit presupuestario persistente y una polarización política que dificulta pactar reformas de calado.
Los economistas también advierten sobre el futuro de la inmigración como motor económico: si bien está permitiendo contener los costes laborales, también tensiona el acceso a la vivienda y los servicios públicos en ciudades saturadas. Al mismo tiempo, las protestas contra el turismo masivo anticipan un dilema social y político sobre el modelo económico del país.
Otro frente es el comercial. En los últimos quince años, España ha incrementado de forma significativa sus exportaciones de bienes, pero la incertidumbre en torno a los aranceles y al comercio internacional amenaza con poner freno a esta tendencia. A ello se suman los retos globales del cambio climático y la necesidad de mantener salarios que acompañen al alza del coste de la vida sin poner en riesgo la competitividad.
Una economía en transformación
España parece haber encontrado, al menos por ahora, la fórmula de combinar crecimiento con modernización. El dinamismo del turismo, la aportación de la inmigración, el apoyo de los fondos europeos y la apuesta temprana por la energía verde han tejido un relato de éxito inesperado en el sur de Europa.
La gran incógnita es si este ciclo expansivo podrá consolidarse en el medio plazo o si se trata de un espejismo sostenido por factores coyunturales. Lo que es innegable es que, en un continente aquejado de bajo crecimiento y crisis de confianza, España se ha convertido en un ejemplo que otros miran con atención: un país capaz de reinventarse y crecer donde otros apenas logran resistir.