La volatilidad es el latido irregular de los mercados. Aparece con la fuerza de un rayo, sacude carteras y estados de ánimo, y obliga a replantear estrategias de inversión. Lo hemos visto en 2025: un solo anuncio presidencial sobre aranceles bastó para desatar una corrección del 19% en el S&P 500, el índice más seguido de la economía estadounidense. Lo vimos antes en la pandemia, en la crisis financiera de 2008, y mucho antes en la burbuja puntocom. Lo veremos, inevitablemente, otra vez.
Lo que cambia no es la existencia de la volatilidad, sino cómo la afrontan los inversores. La pregunta ya no es si habrá sobresaltos, sino cómo proteger el capital, mantener la calma y, en algunos casos, incluso convertir la turbulencia en oportunidad.
La última sacudida: política, inflación y mercados
El episodio más reciente de volatilidad se desencadenó en abril, cuando Donald Trump, en su regreso al poder, anunció un paquete de aranceles con la promesa de “reindustrializar América”. Lo que para algunos era una jugada geopolítica, para Wall Street fue una amenaza: más inflación, más tensiones comerciales, más incertidumbre global. El resultado: un retroceso de casi una quinta parte en el S&P 500 en pocas semanas.
Posteriormente, la Casa Blanca optó por pausar o suavizar algunos de esos gravámenes, lo que calmó a los mercados. Incluso con una nueva ronda de tarifas activas desde agosto y con la Reserva Federal resistiéndose a recortar tipos de interés, el balance es positivo: más de un 8% de avance en lo que va del año. Sin embargo, esa aparente resiliencia no debe confundirse con estabilidad permanente. Como advierte Wei Li, estratega jefe de BlackRock, “los titulares volverán a generar incertidumbre, y los mercados se dejarán arrastrar tanto al alza como a la baja”.
La lección es clara: el contexto macroeconómico puede desencadenar movimientos bruscos en cuestión de horas. Lo que separa a los inversores exitosos de los que quedan atrapados en el pánico es la preparación.
Psicología del inversor: cuando la emoción manda
Los mercados no solo son un campo de juego para algoritmos y balances, sino un espejo de emociones humanas: miedo, avaricia, euforia, desesperación. “El mayor riesgo en momentos de volatilidad no es la caída, sino la reacción emocional del inversor”, explica Roger Young, director de pensamiento estratégico en T. Rowe Price.
Cuando los índices caen en picado, la tentación de vender para “cortar pérdidas” se vuelve casi irresistible. El problema es que esas ventas suelen ocurrir cerca del punto más bajo, cristalizando pérdidas que luego resultan irreversibles. El error es doble: salir en pánico y perder la posterior recuperación.
La pregunta clave que Young propone a sus clientes es sencilla pero poderosa: ¿qué pasaría si su cartera perdiera un 30%? ¿Afectaría a su estilo de vida? ¿Le obligaría a vender? La respuesta a estas preguntas define la verdadera tolerancia al riesgo, que muchas veces no coincide con lo que uno cree tener en tiempos de bonanza.
Tolerancia frente a capacidad de riesgo
Los expertos diferencian entre dos conceptos que suelen confundirse: tolerancia y capacidad de riesgo. La primera es emocional; la segunda, objetiva.
Un profesional de 25 años que invierte para su jubilación tiene capacidad de riesgo alta: puede esperar décadas para que el mercado se recupere de una recesión. Pero su tolerancia podría ser baja si pierde el sueño cada vez que ve números rojos en su aplicación de trading. En cambio, un ejecutivo de 60 años a punto de retirarse tiene baja capacidad de riesgo, aunque emocionalmente pueda sentirse templado.
La interacción entre ambas variables determina la estrategia de inversión adecuada. Como explica Paul Brahim, presidente de la Financial Planning Association, “hoy disponemos de herramientas para someter las carteras a pruebas de estrés con decenas de escenarios, desde una recesión global hasta una subida súbita de tipos. El objetivo es entender no solo cuánto puede perder una cartera, sino cómo reaccionará el inversor ante esa pérdida”.
Historia de las crisis: lecciones para no repetir errores
La volatilidad actual no es distinta, en esencia, de episodios pasados. En 2008, la quiebra de Lehman Brothers provocó un desplome del 50% en los principales índices, arrastrando a millones de inversores a vender en el peor momento. En 2000, la burbuja puntocom se llevó por delante a cientos de empresas y borró billones en capitalización. En 2020, la pandemia hizo que los mercados perdieran un tercio de su valor en semanas, solo para recuperarlo en tiempo récord gracias a estímulos monetarios sin precedentes.
Cada crisis ha dejado la misma moraleja: quienes resistieron, diversificaron y mantuvieron disciplina no solo sobrevivieron, sino que salieron fortalecidos. La volatilidad, a largo plazo, no destruye riqueza por sí misma; lo hace la reacción impulsiva de los inversores.
Estrategias frente a la tormenta
La receta para navegar periodos de volatilidad combina ciencia y psicología. La primera herramienta es la diversificación: repartir activos entre acciones, bonos, liquidez y, en algunos casos, activos alternativos como inmuebles o materias primas. La segunda, la disciplina de inversión sistemática, también conocida como dollar-cost averaging: invertir sumas periódicas, sin importar si el mercado sube o baja.
“Comprar en intervalos regulares neutraliza el efecto de las emociones y garantiza que uno acumule más acciones cuando están baratas y menos cuando están caras”, recuerda David McInnis, socio de Aristia Wealth Management. “Puede parecer poco innovador, pero es extraordinariamente eficaz”.
Por último, está la gestión activa de expectativas. Ajustar la cartera en pequeños márgenes —pasar de un 70% a un 60% en renta variable, por ejemplo— puede dar tranquilidad sin renunciar al crecimiento. “No se trata de pasar del todo a la nada, sino de afinar el timón”, subraya Young.
El futuro: volatilidad como oportunidad
Lejos de desaparecer, la volatilidad probablemente se intensificará en los próximos años. Factores como la fragmentación geopolítica, la transición energética, el avance de la inteligencia artificial y la deuda pública récord de las economías avanzadas alimentarán nuevos ciclos de incertidumbre.
Para los inversores institucionales y particulares, el desafío será interpretar esas oscilaciones no como amenazas existenciales, sino como parte del proceso de creación de riqueza a largo plazo. Los que aprendan a anticipar, planificar y mantener la calma tendrán una ventaja competitiva clara frente a quienes reaccionen con nerviosismo.
En definitiva, la volatilidad no es el enemigo. Es el terreno de juego. Y como en todo deporte, la diferencia la marcan la preparación, la estrategia y la capacidad de mantener la cabeza fría cuando otros pierden la suya.