Coca-Cola ha logrado superar las previsiones de Wall Street en su último trimestre fiscal, gracias al sólido desempeño de su negocio en Europa, que logró compensar una caída de la demanda en otros mercados clave. En un entorno marcado por la incertidumbre económica y la baja confianza del consumidor en muchas regiones, la icónica compañía de bebidas ha demostrado que su arraigo cultural y capacidad de adaptación siguen siendo sus activos más poderosos.
En términos financieros, la empresa con sede en Atlanta reportó ingresos netos por 3.810 millones de dólares, equivalentes a 88 centavos por acción, frente a los 2.410 millones del año anterior. Excluyendo ajustes contables, el beneficio por acción se situó en 87 centavos, por encima de los 83 estimados por los analistas. La facturación ajustada alcanzó los 12.620 millones de dólares, también superior a los 12.540 millones previstos.
Sin embargo, no todo ha sido efervescencia en el segundo trimestre. A pesar del crecimiento orgánico del 5% en ingresos —una métrica que excluye divisas, adquisiciones y desinversiones—, el volumen global de ventas disminuyó un 1%. Este descenso se sintió con especial fuerza en Asia-Pacífico (–3%) y América Latina (–2%), mientras que en Norteamérica cayó un 1%. La excepción fue la región EMEA (Europa, Oriente Medio y África), donde el volumen de ventas creció un 3%, posicionándola como el motor del trimestre.
El desglose por categoría tampoco ofrece un panorama completamente alentador. Las bebidas gaseosas, pilar histórico del negocio, registraron una caída del 1% en volumen. Las divisiones de jugos, lácteos y bebidas vegetales sufrieron un retroceso del 4%, mientras que el segmento de aguas, bebidas deportivas, café y té se mantuvo plano. Solo el café logró crecer lo suficiente para neutralizar el descenso de las otras categorías.
El retorno de la “Coca-Cola real”: azúcar de caña para conquistar al consumidor nostálgico
En paralelo a sus resultados financieros, Coca-Cola sorprendió al anunciar un ambicioso movimiento estratégico: el lanzamiento en otoño de una versión de su refresco original endulzada con azúcar de caña para el mercado estadounidense. Esta decisión marca un cambio significativo después de casi cuatro décadas en las que la fórmula vendida en Estados Unidos ha estado dominada por el jarabe de maíz de alta fructosa, una alternativa más barata pero también más cuestionada desde el punto de vista nutricional y de percepción pública.
Este giro no solo responde a una tendencia de consumo que ha venido ganando fuerza con la popularidad de la “Coca Mexicana”, elaborada con azúcar de caña y ampliamente distribuida en tiendas como Costco o Target. También se produce tras una inesperada intervención política: el expresidente Donald Trump publicó en su red Truth Social que había conversado con Coca-Cola para impulsar el uso de “azúcar real” en sus productos. Aunque sus motivaciones pueden estar ligadas más al marketing que a la salud pública —Trump es un reconocido consumidor de Diet Coke—, sus declaraciones han reavivado el debate sobre los ingredientes en bebidas procesadas.
Este nuevo producto se presenta como un complemento, no como un reemplazo, del portafolio central de la empresa, que ha puesto un fuerte énfasis en la reducción de azúcar en los últimos años. Coca-Cola Zero Sugar, por ejemplo, se ha convertido en uno de los productos de mayor crecimiento de la compañía, con un incremento del 9% en volumen durante el año pasado. Su competidor PepsiCo también se ha sumado a esta corriente, anunciando recientemente una nueva cola con prebióticos y azúcar de caña.
Una apuesta comercial y simbólica con múltiples lecturas
El regreso del azúcar de caña no es simplemente un experimento de producto, sino una maniobra con profundas implicaciones culturales, comerciales y políticas. Por un lado, permite a Coca-Cola reconectar con consumidores nostálgicos que asocian la “receta original” con una época previa a los ingredientes industrializados. Por otro, responde a la presión de ciertos sectores que responsabilizan al jarabe de maíz del auge de enfermedades como la obesidad o la diabetes, aunque no existen estudios concluyentes que demuestren que el azúcar de caña sea más saludable.
La iniciativa, sin embargo, se enfrenta a desafíos logísticos y económicos. Los aranceles y las cuotas sobre la importación de azúcar encarecen significativamente su uso en la industria alimentaria estadounidense. A eso se suma el respaldo político y económico que el gobierno de EE.UU. ha ofrecido durante décadas a los agricultores de maíz, lo que explica la permanencia del jarabe de maíz en numerosos productos procesados.
Mirando hacia el futuro: innovación, nostalgia y adaptación
Coca-Cola ha reafirmado su previsión de crecimiento orgánico de ingresos entre un 5% y 6% para todo el año, y ha elevado la parte superior de su estimación de ganancias por acción ajustadas a un crecimiento del 3%. Estos objetivos reflejan la confianza de la empresa en su capacidad para sortear las turbulencias macroeconómicas, adaptarse a las preferencias cambiantes del consumidor y mantener su liderazgo en el competitivo mundo de las bebidas.
El anuncio del nuevo producto azucarado, más allá de su impacto directo en ventas, es una señal de que Coca-Cola entiende que en tiempos de transformación es necesario innovar sin perder la esencia. La compañía, símbolo del siglo XX, busca ahora seducir al consumidor del siglo XXI con una fórmula del pasado. Y en ese equilibrio entre tradición y reinvención, puede estar la clave de su próxima gran expansión.