El auge de la inteligencia artificial no solo está transformando el software y los modelos de negocio digitales; también está reconfigurando, de manera profunda y acelerada, el mapa global de las infraestructuras físicas. En 2025, las operaciones vinculadas a centros de datos alcanzaron un récord histórico de más de 61.000 millones de dólares, un hito que confirma que el verdadero cuello de botella de la revolución de la IA no está en los algoritmos, sino en el hormigón, la energía y el capital necesario para sostenerlos. El dato, apenas superior al de 2024, es engañoso: detrás de esa cifra se esconde una auténtica fiebre constructora y financiera que está redefiniendo las prioridades de inversores, gobiernos y gigantes tecnológicos.
Este frenesí se ha producido, paradójicamente, en un contexto de creciente nerviosismo en los mercados. Durante el otoño, las bolsas globales mostraron episodios de volatilidad alimentados por el temor a una burbuja asociada a la inteligencia artificial, con valoraciones exigentes y modelos de monetización todavía inmaduros. Sin embargo, lejos de frenar la inversión, estas dudas han convivido con una avalancha de capital hacia los activos más tangibles del ecosistema digital: los centros de datos que hacen posible entrenar y desplegar modelos cada vez más intensivos en consumo energético y capacidad de cálculo.
Infraestructura crítica en la era de la IA
Los centros de datos han dejado de ser un negocio de nicho, casi invisible para el gran público, para convertirse en infraestructura estratégica. El crecimiento explosivo de aplicaciones basadas en inteligencia artificial generativa, análisis masivo de datos y servicios en la nube ha disparado la demanda de capacidad de procesamiento. Cada nuevo modelo de frontera requiere instalaciones más grandes, con mayor densidad de servidores y un acceso estable a enormes volúmenes de energía.
Este fenómeno explica por qué, según estimaciones de mercado, el número y el valor de las transacciones en el sector ya superan con holgura las cifras de todo 2024 cuando aún faltaban semanas para cerrar el año. La mayor parte de las operaciones se concentran en Estados Unidos, que se ha consolidado como el epicentro global de esta expansión, seguido por la región Asia-Pacífico. Europa, en cambio, avanza a un ritmo más lento, condicionada por restricciones energéticas, marcos regulatorios más complejos y una menor disponibilidad de activos a gran escala.
La diferencia de velocidad es tan marcada que algunos analistas estiman que la inversión en centros de datos en Estados Unidos podría multiplicar por cinco a la europea en los próximos años. Mientras tanto, Oriente Medio emerge como un nuevo polo de atracción. Las economías del Golfo, respaldadas por abundante capital y ambiciosas estrategias de diversificación, aspiran a posicionarse como futuros hubs globales de inteligencia artificial, combinando energía relativamente barata con una clara voluntad política de liderar esta carrera.
El giro financiero: deuda, capital externo y nuevas alianzas
Uno de los rasgos más llamativos de este ciclo es la forma en que se está financiando. Tradicionalmente, los grandes proveedores de servicios en la nube —los llamados hyperscalers— asumían gran parte del coste de sus infraestructuras con recursos propios. En 2025, esa lógica ha cambiado. El volumen de deuda emitida para financiar centros de datos casi se duplicó, alcanzando los 182.000 millones de dólares, frente a los 92.000 millones del año anterior.
Empresas como Meta y Google han sido especialmente activas en los mercados de deuda. La matriz de Facebook ha emitido más de 62.000 millones de dólares desde 2022, cerca de la mitad solo en este último año, mientras que Google y Amazon han levantado decenas de miles de millones adicionales. Esta estrategia refleja tanto la magnitud del esfuerzo inversor como la voluntad de preservar flexibilidad financiera en un entorno de elevada incertidumbre tecnológica.
A ello se suma una tendencia aún más novedosa: acuerdos entre hyperscalers, fondos de capital privado y laboratorios de inteligencia artificial para compartir activos y riesgos. Estas estructuras, poco habituales hasta hace poco, subrayan la intensidad de capital que exige la nueva generación de infraestructuras digitales y difuminan las fronteras tradicionales entre operadores tecnológicos, inversores financieros y propietarios inmobiliarios.
Volatilidad bursátil y nerviosismo inversor
El apetito por los centros de datos no ha estado exento de sobresaltos. Un ejemplo reciente fue la sacudida en los mercados tras informaciones sobre la retirada de financiación de un gran proyecto en Michigan, que provocó caídas en empresas vinculadas al ecosistema cloud y de semiconductores. Oracle, señalada en el centro de la polémica, negó las informaciones, pero el daño ya estaba hecho: valores como Broadcom, Nvidia y Advanced Micro Devices retrocedieron, arrastrando al Nasdaq a su peor sesión en casi un mes.
Estos episodios reflejan una tensión latente. Por un lado, la convicción de que la inteligencia artificial seguirá expandiéndose de forma estructural; por otro, la duda sobre si todas las inversiones actuales encontrarán una rentabilidad acorde con su escala. La infraestructura, a diferencia del software, no puede ajustarse con la misma rapidez: una vez construido un centro de datos, su valor depende tanto de la demanda futura como de factores externos, como el acceso a energía o las políticas públicas.
Escasez energética y valor de los activos existentes
Precisamente la energía se perfila como uno de los principales condicionantes del próximo ciclo. En varias regiones, la capacidad para conectar nuevos centros de datos a la red eléctrica es limitada, lo que podría ralentizar temporalmente la construcción de nuevas instalaciones. Esta restricción, lejos de ser una mala noticia para el sector, podría aumentar el valor de los activos ya operativos, al convertirlos en bienes escasos en un mercado de demanda creciente.
Este contexto alimenta las expectativas de un repunte aún mayor en las valoraciones y de una actividad intensa de fusiones y adquisiciones en 2026. A medida que las grandes plataformas tecnológicas prioricen su negocio principal, no sería extraño que empresas para las que los centros de datos no son un activo estratégico opten por vender, liberando capital y alimentando un mercado secundario cada vez más dinámico.
Mirando hacia 2026: ¿burbuja o nueva normalidad?
La gran pregunta que sobrevuela este auge es si se trata de una burbuja o de la antesala de una nueva normalidad. Las dudas sobre la monetización de la inteligencia artificial persisten, al igual que los debates sobre su impacto social, regulatorio y de seguridad. Sin embargo, incluso los analistas más cautos coinciden en que la demanda de aplicaciones de IA seguirá creciendo con fuerza en los próximos años, impulsada por avances en campos como la medicina, la industria y los servicios.
En ese escenario, los centros de datos se consolidan como el eslabón crítico que conecta la promesa tecnológica con su ejecución real. Más allá de las oscilaciones bursátiles de corto plazo, la magnitud de las inversiones de 2025 sugiere que gobiernos, empresas e inversores están apostando a largo plazo por una economía cada vez más intensiva en datos y capacidad de cálculo. Si la historia reciente sirve de guía, el debate ya no es si habrá más centros de datos, sino quién controlará estos activos estratégicos y bajo qué condiciones financieras y energéticas se sostendrá la próxima fase de la revolución digital.