La plata ha vuelto a colocarse en el centro del tablero financiero mundial. En un año en el que el oro parecía acaparar todos los titulares tras superar los 4.000 dólares la onza, el llamado “metal del diablo” —apodo ganado por su extrema volatilidad— ha sorprendido a los mercados al no solo seguir el ritmo de su par dorado, sino superarlo con creces. Con un avance anual de alrededor del 71%, muy por encima del 54% anotado por el oro, 2025 se ha convertido en el año de la plata. Y, según apuntan los expertos, el rally podría estar lejos de agotarse.
A mediados de octubre, la plata alcanzó los 54,47 dólares por onza troy, un máximo histórico que desató tensiones logísticas inusuales: algunos distribuidores optaron por enviar el metal en avión, en lugar de barco, simplemente para cumplir con los plazos de entrega. Aunque los precios retrocedieron ligeramente en las semanas posteriores, el mercado retomó el impulso rápidamente, impulsado por un desequilibrio creciente entre una oferta menguante y una demanda cada vez más diversificada.
La tormenta perfecta: oferta en caída y demanda global en ebullición
La génesis del boom actual se remonta a una tendencia silenciosa pero persistente: la producción minera de plata lleva una década en declive, especialmente en Centro y Sudamérica, donde el cierre de explotaciones, el agotamiento de recursos y unas infraestructuras envejecidas han reducido la capacidad de extracción. El déficit no era aún alarmante hace unos años, pero la transición energética y tecnológica ha cambiado las reglas del juego.
En 2025, sectores emergentes como la movilidad eléctrica, la inteligencia artificial y la energía solar incrementaron significativamente su consumo de plata. Aunque el uso industrial puro del metal se moderaría ligeramente este año, la demanda de componentes electrónicos, las pantallas fotovoltaicas y los sistemas de almacenamiento energético añadieron nuevas presiones sobre un mercado históricamente dominado por la joyería y la inversión.
A ello se sumó un fenómeno estacional clave: el repunte de la demanda en India, el mayor consumidor mundial de plata. El final del monzón, la temporada de cosecha y la celebración de Diwali coincidieron en otoño, generando una avalancha de compras. En un país donde más de la mitad de la población depende de la agricultura y donde la preferencia por activos físicos persiste frente a la banca formal, la plata se ha consolidado como una inversión accesible y culturalmente arraigada. El 17 de octubre, el precio local alcanzó un récord de 170.415 rupias por kilo, un incremento del 85% desde enero.
El problema es que la India importa el 80% de su plata. Y las fuentes tradicionales empiezan a agotarse. Las bóvedas londinenses, que durante años actuaron como pulmón del mercado global, están prácticamente vacías: desde los 31.000 toneladas métricas almacenadas en 2022, se ha pasado a poco más de 22.000 en marzo de 2025, su nivel más bajo en décadas. Esta contracción generó episodios extremos, como tasas de préstamo del metal que llegaron a equivaler al 200% anualizado durante algunas jornadas de octubre. Para muchos operadores, aquello fue señal inequívoca de estrés sistémico.
Más allá del refugio: la plata como engranaje tecnológico del siglo XXI
A diferencia de los episodios anteriores —el intento de los hermanos Hunt por acaparar el mercado en 1980, o el auge de los metales preciosos durante la crisis del techo de deuda estadounidense en 2011—, el rally de 2025 está cimentado en fuerzas estructurales más profundas que el mero comportamiento especulativo.
La electrificación masiva de la economía introduce un factor transformador. En su configuración actual, un vehículo eléctrico estándar requiere unos 25 gramos de plata, y modelos de mayor tamaño pueden duplicar esa cifra. Pero los avances hacia baterías de estado sólido con componentes de plata podrían multiplicar esa necesidad: algunos prototipos demandan hasta un kilo de plata por vehículo. La cifra puede parecer anecdótica, pero en un sector que aspira a producir decenas de millones de unidades anuales, adquiere dimensiones estratégicas.
Algo similar ocurre en la industria solar. La fotovoltaica, uno de los pilares del crecimiento energético global, utiliza pasta de plata para conducir electricidad en los paneles. Al mismo tiempo, los sistemas de inteligencia artificial —desde centros de datos hasta sensores industriales— requieren materiales con una conductividad térmica y eléctrica excepcional, dos cualidades en las que la plata supera a cualquier otro metal.
Este doble papel, como activo refugio y como insumo tecnológico, convierte al metal en una rareza dentro del mapa de materias primas: un puente entre dos mundos que rara vez se mueven al unísono. Su naturaleza híbrida podría explicar por qué, incluso después de su último máximo, distintos analistas consideran plausible que la plata mantenga precios elevados durante un periodo prolongado.
Una carrera que apenas empieza
Si algo ha demostrado 2025 es que la plata ya no es simplemente la hermana menor del oro. Su mercado, apenas una décima parte del tamaño del mercado aurífero, es mucho más propenso a episodios de tensión y cortocircuitos financieros. Esto hace que cada repunte pueda volverse más explosivo y cada caída más abrupta. De ahí su apodo, el “metal del diablo”.
Pero la narrativa está cambiando. En un mundo que avanza hacia la electrificación total, la autonomía energética y una infraestructura tecnológica cada vez más intensiva en materiales críticos, la plata se perfila como una pieza clave. La combinación de demanda estructural, oferta ajustada y dependencia geográfica está reconfigurando el mercado de forma silenciosa, pero decisiva.
A medida que los inversores buscan refugio ante la incertidumbre macroeconómica y las empresas tecnológicas aseguran cadenas de suministro, la presión sobre el metal podría intensificarse. Si las tendencias actuales se mantienen, 2025 podría no ser el año en que la plata alcanzó su techo, sino el punto de partida de un ciclo más profundo.
El metal del diablo, lejos de agotarse, podría estar apenas calentando motores.