El oro volvió a demostrar por qué conserva su reputación como el refugio por excelencia en momentos de crisis. Este miércoles, el metal precioso superó un nuevo récord histórico, acercándose peligrosamente a la barrera psicológica de los 4.000 dólares por onza, en paralelo al inicio del primer cierre del Gobierno estadounidense en casi siete años. La falta de consenso entre demócratas y republicanos sobre la financiación federal ha dejado a cientos de miles de funcionarios en suspenso y, lo que es más preocupante para los mercados, ha retrasado la publicación de datos clave de empleo que la Reserva Federal utiliza para orientar su política monetaria.
El cierre no llega en un vacío político ni económico. Los inversores llevan meses acumulando temores: guerras abiertas en distintos frentes, tensiones arancelarias crecientes y una inestabilidad política que no se limita a Estados Unidos, sino que se extiende a Europa con episodios de inestabilidad social en Francia y un debate permanente sobre la sostenibilidad fiscal en varias economías desarrolladas. Todo ello ha reforzado la narrativa de que, cuando el panorama se oscurece, el oro emerge como un activo de confianza.
Más que un cierre: el síntoma de un malestar estructural
Aunque los cierres de gobierno en EE.UU. suelen tener un impacto relativamente moderado en los mercados, la coyuntura actual los magnifica. La última vez que un bloqueo presupuestario se prolongó de manera significativa, en 2018, el episodio duró 34 días y fue el más largo de la historia. Ahora, el riesgo de que este nuevo enfrentamiento político se prolongue semanas genera un efecto dominó: mayor volatilidad en los mercados bursátiles, presión sobre la deuda soberana y, sobre todo, incertidumbre en torno a las decisiones de la Fed en plena fase de recortes de tipos.
Analistas como Michael Field, estratega jefe de renta variable en Morningstar, advierten que el shutdown es solo “la gota que colmó el vaso”. La acumulación de shocks —dos conflictos armados simultáneos, aranceles recién anunciados, inflación persistente— ya había debilitado el apetito por el riesgo. En este contexto, el oro no solo actúa como refugio inmediato, sino que empieza a consolidar un papel más estructural en las carteras de inversión a largo plazo.
Las cifras lo ilustran con claridad: el metal dorado ha encadenado este año 39 máximos históricos, un ritmo que no tiene precedentes en las últimas décadas. El precio spot alcanzó los 3.893 dólares por onza, mientras que los futuros para diciembre rozaban los 3.918 dólares. La pregunta que se hacen ahora los estrategas no es si el oro seguirá subiendo, sino cuánto más puede avanzar en este ciclo.
El horizonte de los 4.000 dólares y más allá
Algunos analistas ya hablan sin ambages de un nuevo superciclo en los metales preciosos. Philippe Gijsels, estratega jefe de BNP Paribas Fortis, sostiene que la barrera de los 4.000 dólares no será el punto final, sino apenas el inicio de un mercado alcista prolongado. Su argumento es claro: el oro apenas representa un 2% de las carteras de inversión globales, lo que deja un amplio margen para que siga ganando protagonismo en un mundo donde los inversores buscan diversificación frente a la fragilidad del tradicional modelo 60/40.
El respaldo de los bancos centrales, que llevan años acumulando reservas de oro en paralelo a la desdolarización progresiva de algunas economías emergentes, ha sido un motor decisivo en la primera fase de la escalada. Pero en los últimos meses se ha sumado un factor adicional: la entrada masiva de inversores institucionales que antes miraban con recelo al metal y que ahora lo incorporan como un componente esencial de sus estrategias de asignación de activos.
Desde UBS, la estratega Joni Teves señala que el ciclo alcista podría extenderse durante varios trimestres, impulsado por la debilidad del dólar y la caída de los tipos de interés reales a medida que la Fed avance en su senda de relajación monetaria. Incluso si hacia finales de 2026 la dinámica pierde fuerza, añade, el oro ya habrá consolidado un nivel estructuralmente más alto en el sistema financiero global.
En suma, la escalada del oro no responde únicamente a un episodio coyuntural como el cierre del Gobierno estadounidense, sino a una transformación más profunda en la manera en que los inversores perciben el riesgo y la estabilidad. Si la historia reciente sirve de guía, cada crisis no hace más que reforzar la idea de que el metal dorado sigue siendo, en un mundo de incertidumbre crónica, la última garantía de valor.