España ha logrado en apenas unas semanas lo que pocos países europeos pueden presumir: un pleno de mejoras en su calificación crediticia por parte de las tres grandes agencias internacionales. Fitch, Moody’s y S&P han coincidido en elevar la nota de la economía española, subrayando la fortaleza de sus perspectivas de crecimiento, la resiliencia de su mercado laboral y la solidez creciente de su sistema financiero.
El movimiento no es menor. Durante la última década, marcada por la crisis de deuda soberana, las dudas sobre la sostenibilidad fiscal y la elevada tasa de paro, España fue percibida como uno de los eslabones débiles de la eurozona. Hoy, sin embargo, se presenta como el alumno aventajado de la región, con previsiones de crecimiento que duplican las de la media europea y con una imagen de estabilidad que atrae capital extranjero en volúmenes crecientes.
Fitch ha elevado la calificación de “A-” a “A”, destacando las ganancias en productividad, el control de los salarios y los bajos precios energéticos, factores que han reforzado la competitividad exterior. Moody’s, por su parte, ha pasado de “Baa1” a “A3”, poniendo el foco en un modelo de crecimiento más equilibrado, en las mejoras del mercado laboral y en un sector bancario menos vulnerable que en el pasado. S&P Global, que fue la primera en mover ficha, justificó su decisión en la notable mejora del balance financiero del país y en una mayor capacidad de absorber shocks externos.
El motor de la expansión: inversión, turismo e inmigración
Las cifras respaldan el optimismo. El Gobierno elevó recientemente su previsión de crecimiento del PIB para 2025 al 2,7%, frente al 2,6% estimado anteriormente, muy por encima del 1,2% esperado en el conjunto de la eurozona. Este diferencial convierte a España en el gran motor del bloque, con un dinamismo que sorprende a los analistas internacionales.
El turismo continúa siendo un pilar central, pero lo relevante es que el crecimiento se apoya también en sectores no tradicionales: servicios empresariales, telecomunicaciones y tecnologías de la información. Esta diversificación permite que el país ya no dependa únicamente de la afluencia de visitantes extranjeros para sostener su economía, sino que exporte servicios de alto valor añadido y consolide empresas competitivas en el terreno internacional.
A ello se suma un flujo migratorio que ha revitalizado el mercado laboral. Desde 2020, más de la mitad de los nuevos empleos han sido ocupados por inmigrantes, lo que ha contribuido a mantener la expansión del PIB. Sin embargo, este fenómeno plantea un matiz importante: aunque el crecimiento agregado es fuerte, el PIB per cápita avanza a un ritmo más moderado, lo que revela un modelo más extensivo que intensivo. El reto para los próximos años será transformar esa expansión en un incremento sostenible de la productividad y de los ingresos por habitante.
Reformas pendientes y riesgos a medio plazo
El panorama, aunque positivo, no está exento de riesgos. Los expertos coinciden en que la prueba definitiva para España será su capacidad de llevar a cabo reformas estructurales y una consolidación fiscal creíble. La elevada deuda pública, todavía cercana al 110% del PIB, limita el margen de maniobra en un contexto en el que los tipos de interés pueden volver a repuntar.
Además, la incertidumbre política sigue siendo un factor a vigilar. Aunque hasta ahora la inestabilidad en el Parlamento no ha frenado el crecimiento económico, la falta de consensos amplios para abordar reformas de calado en pensiones, mercado laboral o política energética podría lastrar la confianza a medio plazo. La competitividad lograda gracias a la moderación salarial y a los bajos precios de la energía podría verse erosionada si la coyuntura internacional cambia, especialmente en un contexto de tensiones comerciales y nuevas políticas arancelarias.
En palabras de Judith Arnal, investigadora del Real Instituto Elcano, “España se ha consolidado como líder de crecimiento entre las principales economías de la eurozona, pero el verdadero desafío será mantener esa posición con una estrategia de reformas profundas que refuercen el modelo productivo”.
La cuestión clave es si España podrá transformar este momento de bonanza en un ciclo de crecimiento sostenible a largo plazo. De lograrlo, podría no solo consolidar su papel como motor económico del sur de Europa, sino también convertirse en un referente de resiliencia y adaptación dentro de la propia eurozona.