La junta directiva de Tesla ha lanzado una propuesta que sacude de nuevo los cimientos de la gobernanza empresarial: conceder a Elon Musk un paquete de compensación que podría alcanzar el billón de dólares en la próxima década. El plan, presentado como la única manera de garantizar que el carismático y polémico fundador mantenga su compromiso con la compañía, se enmarca en un contexto de tensiones políticas, caída bursátil y crecientes dudas sobre el futuro del fabricante de vehículos eléctricos.
El plan más ambicioso de la historia corporativa
La oferta es clara: Musk no recibirá salario ni bonus en efectivo. Su única retribución dependerá de alcanzar objetivos que combinan la capitalización bursátil, las ganancias operativas y la comercialización de productos que hoy parecen más cercanos a la ciencia ficción que a la realidad industrial. Entre los hitos destacan multiplicar por ocho el valor de Tesla, pasando de 1,09 billones de dólares a 8,5 billones; vender 12 millones de vehículos eléctricos adicionales; conseguir diez millones de suscriptores a su sistema de conducción autónoma; poner en marcha una red de un millón de robotaxis; y comercializar otro millón de robots impulsados por inteligencia artificial.
Cada nivel de este exigente plan está ligado a tramos de acciones que, una vez desbloqueados, otorgarán a Musk derechos de voto y participación directa en la evolución de la compañía. El esquema recuerda al acuerdo firmado en 2018, calificado entonces de imposible y que sin embargo generó el mayor paquete retributivo de la historia —56.000 millones de dólares— tras la meteórica escalada del valor bursátil de Tesla. Pero ese precedente acabó anulado por un juez de Delaware, que consideró desproporcionada la magnitud del premio y demasiado estrecha la relación entre el consejo y Musk. Hoy, con la apelación pendiente y Tesla trasladada a Texas, el nuevo plan emerge como una apuesta aún más arriesgada.
Riesgos, tensiones y la sombra de la política
El contexto, sin embargo, dista mucho de ser favorable. Las acciones de Tesla han perdido un 30% de su valor desde diciembre en medio de una tormenta perfecta: una desaceleración en las ventas, la creciente competencia de fabricantes chinos y europeos, y el impacto de la militancia política de Musk, que ha dividido a consumidores e inversores. A esto se suma la ruptura con el presidente Donald Trump, que ha cancelado incentivos clave para la compra de vehículos eléctricos y paneles solares, debilitando el atractivo comercial de la marca en Estados Unidos.
El propio Musk ha insistido en que, sin un control significativo sobre la compañía, Tesla quedaría expuesta a inversores activistas o incluso a intentos de adquisición hostil, un riesgo que considera crítico dada la naturaleza de los proyectos en marcha: desde los desarrollos en inteligencia artificial hasta la producción masiva de robots humanoides. Sus palabras son una advertencia velada: si no obtiene mayor poder de voto, podría reducir su implicación o, en el extremo, abandonar Tesla.
Entre la visión y la especulación
La magnitud de los objetivos planteados invita a la incredulidad. Alcanzar 400.000 millones de dólares de beneficios ajustados, frente a los 16.600 millones registrados el último año, exige multiplicar por veinticuatro la rentabilidad en apenas una década. Del mismo modo, poner en circulación millones de vehículos autónomos y robots implica avances tecnológicos y regulatorios de gran calado. Los analistas se preguntan si Tesla está apostando por una narrativa de futuro que atraiga capital e inversores, más que por metas alcanzables en el corto o medio plazo.
No obstante, el historial de Musk obliga a matizar el escepticismo. En 2018, las previsiones parecían igualmente inalcanzables, y aun así la compañía logró una de las mayores revalorizaciones bursátiles de la historia. Tesla pasó de ser una firma al borde del colapso financiero a convertirse en un emblema de la transición energética y la disrupción tecnológica. Para los defensores del nuevo plan, esa trayectoria demuestra que, bajo presión, Musk tiene la capacidad de convertir promesas ambiciosas en realidades empresariales.
El voto decisivo de los accionistas
La última palabra la tendrán los accionistas, convocados el próximo 6 de noviembre en Austin. Para que el plan entre en vigor, deberá obtener más del 50% de los votos. A diferencia de ocasiones anteriores, Musk y su hermano Kimbal —miembro de la junta— podrán participar en la votación gracias a la legislación texana. Si el acuerdo se aprueba, se emitirán 423 millones de acciones adicionales, lo que podría elevar el control de Musk hasta un 32% en términos brutos, aunque diluido por impuestos quedaría en torno al 25%.
Lo que está en juego trasciende la fortuna personal del hombre más rico del planeta. Se trata de un debate sobre los límites del capitalismo contemporáneo: ¿hasta qué punto una compañía debe supeditar su estrategia a la permanencia de un líder visionario? ¿Dónde se traza la línea entre incentivar la innovación y consagrar la concentración de poder en manos de un individuo? La respuesta marcará no solo el futuro de Tesla, sino también el estándar de lo que significa liderar en la era de la disrupción tecnológica.